Javier Milei es disruptivo, desafiante, ruidoso, enérgico, exagerado. Si nos detenemos, apenas pestañea. Esto, como cualquier otra cosa que dice o hace, provoca en los ciudadanos un impacto emocional casi capital. Da igual que sean sus gestos excesivos o abrazando la Torá en su recién estrenada plenitud espiritual. En su visita a la tumba del rabino Menachem Mendel Schneerson, esta misma semana, alguien podría haber visto en el presidente electo de Argentina al mismísimo Virgil Starkwell, en «Toma el dinero y corre».
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