Todos podríamos estar más o menos de acuerdo en que los 18 son complicados. Una edad en la que se toman decisiones que pueden marcar en cierta forma nuestro futuro, un cerebro que aún se está desarrollando y unas hormonas disparadas. Un cóctel molotov difícil de gestionar incluso para aquellos que se dedican a medir lo felices que somos los ciudadanos. Parece una utopía, pero es la profesión de Alejandro Cencerrado. Este físico trabaja como analista jefe del Instituto de la Felicidad de Copenhague (Dinamarca).
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