Un reloj de pared marca las seis de la tarde. Le acompaña, a su lado, un cuadro con un cristo crucificado que pretende emanar paz. Y a un extremo, un grafiti de una bola del mundo, feliz, con ojos y cara de sonrisa superpuesta, muy cerca físicamente pero muy alejada de la triste realidad. Tres protagonistas y decenas de gatos.
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