El 1 de agosto de 1936 fue un día largo y triste en la Embajada de España en París. El Consejo de Ministros francés confirmó la traición de las democracias europeas al Gobierno de la República, aprobando la política de No Intervención en la Guerra Civil española (...) he pensado mucho en la soledad de la República española, condenada a muerte por la barbarie de unos tiranos y por las Razones de Estado de las democracias europeas. La memoria de esta soledad se parece a la tragedia actual del pueblo saharaui, un pueblo condenado.
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