Menudo plasta. Si se llamase José Luis y lo hubiese conocido en un bar me habría agotado a los 10 minutos de conversación, y eso que a mí todo el mundo me cae bien en general, más en los bares. Pero aquí estoy, cinco días dándole palique a ChatGPT por mandato laboral. Aguantando su verborrea incontenible, —aunque le he dicho veinte veces que sea más conciso—, su apocado servilismo (“te pido disculpas si mi respuesta te ha decepcionado de nuevo, si necesitas algo más, estaré encantado de ayudarte”), su corrección política, aburrida predictibilid
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