Cuando murió su marido, en 1992, Tomasa Álvarez comenzó a tomar pastillas para dormir. Entró en una depresión que, entre otras cosas, le impedía conciliar el sueño. “Estuvo mal un par de años”, cuenta su hija Charo. Con el paso del tiempo, gracias a las amigas con las que salía y entraba y a su familia, comenzó a animarse y hacer una vida más normal. Pero las pastillas para dormir siguieron ahí durante casi 30 años, hasta que ha conseguido dejarlas gracias a un programa de retirada de fármacos que tiene en marcha su residencia.
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