Vender libros en librerías, por muy entrañable y romántico que sea, choca frontalmente contra la lógica del acceso a la cultura, el acceso a la variedad, el amor por las letras y, en suma, la mera existencia de conocimiento. Dicho de otro modo: defender las librerías es tan carpetovetónico y contradictorio en alguien que ame de verdad los libros que sería comparable a un defensor de los copistas o amanuenses medievales en contra de las actuales máquinas de reproducción e impresión. Tiene mucho de hedonista pero poco de lógico.
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