Josiah Willard Gibbs era un callado y retraído profesor de Física Matemática de la Universidad de Yale y uno de los ejemplos más claros de cómo una mente brillantísima puede ir unida a una extraordinaria modestia. Cuentan que su impenitente silencio lo rompió durante una acalorada discusión de café acerca de qué disciplina, las lenguas clásicas, las lenguas modernas o la ciencia, entrenaba mejor a la mente. Gibbs, con su habitual parsimonia, se levantó y dijo: “Señores, las matemáticas son un lenguaje”. Y volvió a sentarse.
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