Una vez, mientras la segunda Intifada alcanzaba su punto álgido, me cité con un miembro de Hamás en un hotel de Gaza para hablar de los asesinos suicidas. [...] Poseía una credibilidad inusual y escalofriante sobre el asunto. A diferencia de otros líderes de Hamás, éste había enviado a uno de sus propios hijos a la muerte en un atentado contra un asentamiento israelí. Era un tipo gigantesco, con un taimado sentido del humor.
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