El fraude del censo electoral resurge con más o menos fuerza cada cuatro años. A menudo son antiguos vecinos que se han mudado a la ciudad los que se empadronan a pocos meses de las elecciones para votar, aunque la norma exige residir allí donde uno está empadronado. En época de la burbuja los planes urbanísticos desaforados animaban a aumentar la población para poder recalificar terreno. En pueblos con resultados apretados, alcaldes y opositores tiran de teléfono y amistades para conseguir fieles.
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