Marilyn Monroe era una mujer triste, algo que nadie se explicaba y de lo que ella misma se sentía secretamente avergonzada. Porque también era alegre, o podía serlo, radiante, pero la fatiga, la depresión y el pesimismo fruto de un carácter extremadamente sensible e inteligente la acorralaron hasta perder toda esperanza en sí misma y suicidarse la madrugada del 4 al 5 de agosto de 1962 en su casa (la única que tuvo en propiedad) de Brentwood, en Los Ángeles.
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