De niña hablaba con los crucifijos y pasaba más de ocho horas hincada; ya mayor recibió en su cuerpo las llagas de Cristo y con sangre pintaba cruces, corazones y coronas de espinas sobre las vendas que le cubrían las heridas. Tras una vida tormentosa de clausura y austeridad, María Teresa empieza su camino hacia el altar
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