Al inspector de policía John E. Fitzpatrick le gustaba la arquitectura. Le gustaban las fachadas, las puertas y los ventanales. En los días que no estaba de servicio, le gustaba pasear por el loop y quedarse un rato mirando las magníficas obras que estaban cambiando el perfil de la ciudad. Los llamaban rascacielos y tenían diez, doce, hasta dieciséis plantas. Y no usaban piedra ni ladrillo, sino que estaban construidos con esas nuevas estructuras de acero tan ligeras y tan rápidas de montar.
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