Tendría sentido el escrúpulo con que el Estado alerta contra la ludopatía y la proliferación de casas de apuestas -on line y físicas- si no fuera porque el Estado mismo induce y estimula la frivolidad y la patología del juego encubriéndose en las voces atipladas de unos angelotes uniformados. Los niños de San Ildefonso escenifican la gran manipulación. No premeditadamente (ellos), pero la ternura de sus mantras y la aparente fecundidad de los premios sobrentienden una pureza y una ingenuidad en flagrante contradicción con la estafa del sorteo.
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