«A mí, cuando me hacían una ecografía de los abdominales, el grosor del abdominal era tres y cuatro veces el de una persona estándar. Cuando lo veía el ecógrafo, decía: «¡Esto está mal!». Pero no estaba mal; llevaba toda mi vida trabajando eso, porque de la faja abdominal es de donde sale la fuerza principal para lanzar. Y luego pasa otra cosa. Para mantener ese peso, yo tenía que comer sin ganas. Estuve veinte años comiendo sin ganas».
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