Las mañanas de niebla necesariamente me recuerdan a un pariente. Esta tierra del Señor —en la que los barrenderos solo limpian las calles principales, en el resto cada vecino asea su cuota parte de carrilada y las hijas de los camineros, con gafas de culo de vaso, se tatúan la última rosa del verano en la paletilla— es muy dada a las nieblas cerradas y a los refranes.
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