Malika murió como vivió, al límite. Tuvo años de gloria, pero vida breve. Se cree que no llegó a peinar canas. Jamás se doblegó y amó y luchó como una heroína. Asesinada su familia en el asedio de Jaime II de Aragón a la fortaleza de Almería, quedó a cargo de su abuelo Ibn-Fadl, un rico comerciante, aficionado a asaltar cocas y esquifes cristianos a tiempo parcial, además de un prominente esclavista. Tras morir su abuelo por la peste fue en corsaria por defecto y costumbre, Malika básicamente tenía reputación de temeraria.
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