Ni el desastre del AVE y las Cercanías en Barcelona, ni el estreno esperpéntico de la línea de alta velocidad a Valladolid, ni la recusación del Parlamento autonómico catalán, con la única excepción del PSC, han sido suficientes para que la ministra de Fomento, Magdalena Álvarez, asuma sus errores. Ayer, muy crecida en su tierra, Málaga, optó por el victimismo y por echar la culpa de todos sus males al PP.
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