Cualquier fotógrafo de periódico que trabajara en Palermo, en el apogeo del poder de la mafia siciliana, tenía que acostumbrarse a que le despertaran llamadas telefónicas en mitad de la noche. Ha habido un asesinato, le diría su editor, antes de darle una dirección para que acudiera al lugar lo más rápido posible.
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