Existe una forma superior de querer a la patria y es tomándosela a broma. Podría incluso decirse más: desde lo más sagrado hasta lo más profano, nada es digno de sentirse amado y llegar a poseer un himno si antes no se pone en solfa. Se pone en solfa, y toda esa música ratonera, entre la sonrisa y el ridículo, humaniza silenciosamente la cosa y envuelve en papel de plata su herida abierta y colorada.
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