Estaba mirando imanes del refrigerador y pulseras de ámbar de recuerdo que estaban en la entrada del casco antiguo de Cracovia. Eran brillantes y exóticos, pero no podía decidir si comprarlos en ese momento o más tarde, cuando volví. Las palabras de nuestro guía turístico chino me golpearon como un cubo de agua fría: “No hay necesidad de comprar, la mayoría fueron hechos en China”. En un segundo, el exotismo y la “otredad” se desvanecieron en el aire.
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