Importada de Nápoles, la lotería hizo que muchos españoles soñaran que les "caía el terno", esto es, les tocaba el gordo. Carlos III anunció en el decreto fundacional que la nueva lotería tenía una finalidad puramente benéfica, pues debía servir para sufragar "hospitales, hospicios y otras obras pías y públicas". La conversión de la monarquía española en regulador máximo y punitivo del marasmo jugador se completó en 1774, cuando se prohibieron las loterías extranjeras.
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