Lo confieso: soy de esos bichos raros. De esos que, año tras año, nos negamos a comprar lotería. La ofrezca quien la ofrezca. Y lo cierto es que no me parece una rareza personal. De hecho, creo que es la única opción razonable, si tienes en la cabeza: (a) unos conocimientos básicos de estadística y (b) una mínima conciencia de clase. Mi esperanza es que, después de exponer mis motivos, el año que viene alguna de las personas que me lea deje de participar en este despropósito, o, al menos, que compre menos papeletas.
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