Cuando Hitler llegó al poder en el año 1933 renunció a su sueldo como canciller, que eran 29.200 marcos más otros 18.000 en dietas. Como es lógico, su aparato de propaganda se ocupó de que toda Alemania supiera que aquel hombre no tenía otro interés que el bien de su pueblo. Un año más tarde revocó su renuncia a su sueldo y comenzó a embolsarse lo que le correspondía como canciller. Cuando murió el presidente de Alemania, Hindenburg, en 1934, Hitler se adueñó también de su cargo y del correspondiente salario.
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