Cuando Jesús de Nazaret pronunció aquella enigmática sentencia de que “es más fácil que un camello (quizá sea una soga o maroma de barco, debido a una mala traducción) pase por el ojo de una aguja que un rico entre en el reino de Dios” no pensó en las incomodidades que ello iba a generar a la Iglesia que más tarde fundarían sus seguidores, una Iglesia dueña de una fortuna inconmensurable. Porque Jesús andaba sobre las aguas pero no por las ramas; aquella sentencia a muerte venía a decir sin rodeos: queridos ricos, no os salva ni dios.
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