En Kyiv la vida era maravillosa y no lo sabían. Y pasaban todas esas cosas que se parecen demasiado a las que nos pasan a nosotros. Por eso esta guerra nos estremece. Nos tiene pendientes. Nos preocupa. Nos provoca contradicciones. Los bombardeos en ciudades de Yemen o Palestina no son muy diferentes a los de Kyiv, pero nos pillan más lejos, o simplemente matan a gente distinta a nosotros. O eso pensamos. Somos así. Como si las otras guerras fuesen un virus chino del que nunca nos contagiaremos. No aprendemos de la fragilidad en la que vivimos.
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