Los intelectuales españoles han decidido atrincherarse en su propio beneficio como agentes económicos, cuando no defender ideas extremadamente radicales que ponen en peligro la misma esencia de la cultura que les sostiene. Aunque no es eso lo peor: el factor que les incapacita para cumplir ya su papel es su incompetencia profesional, porque para defender sus intereses por encima de los de su sociedad están usando malos razonamientos, confundiendo la realidad con metáforas y olvidando (selectivamente) las diferencias esenciales.
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