Esta vez estaban friendo patatas en McDonalds, sirviendo mesas en un restaurante indio o repartiendo octavillas en Oxford Street. Chicos de entre 20 y 30 años. Ingenieros, realizadores de televisión, pilotos comerciales, abogados, incluso algunos con un máster. Y, por regla general, tienen dos cosas en común: una, que no ven futuro en España y prefieren trabajar de cualquier cosa en Londres mientras aprenden inglés. Dos, que su inglés es terrible. Lo han estudiado de los 4 a los 16 años en el colegio, pero apenas son capaces de chapurrearlo.
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