Hace decenas de miles de años los humanos formaron una inusual sociedad con un animal: el lobo. Los lobos sufrieron cambios en su cuerpo y temperamento. Sus cráneos, dientes y patas se encogieron; adquirieron docilidad, volviéndose menos temerosos y asustadizos. Aprendieron a leer las complejas expresiones de las caras humanas. Se convirtieron en perros y el destino de las dos especies quedó entrelazado.
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