"No habrá nunca Transición acabada hasta que se pida perdón a las víctimas". Treinta años después de la matanza de Vitoria, Lluís Llach volvía a poner el grito en el cielo ante el silencio de las autoridades españolas. Lo hacía en la ciudad que asistió el 3 de marzo de 1976 a una carnicería a manos de las fuerzas del orden, que no dudaron en lanzar gases lacrimógenos dentro de una iglesia repleta de trabajadores, pero también de estudiantes y niños, que fueron recibidos en el exterior por una tormenta de tiros.
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