Ese verano de 1997 España comenzaba de nuevo a partirse en dos. El consenso político, que fue la llave de la transición, saltó por los aires. En el periodismo se establecieron las banderías a cara de perro, el concepto de adversario se sustituyó por el de enemigo y el odio era ya la única moneda en las tertulias de radio y de televisión. A expensas de una fase económica bonancible el verbo de moda era pillar. Se pillaba un negocio, un chollo, un apaño, un pelotazo, un enchufe, un trabajo. En Marbella seguía la fiesta enloquecida.
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