En los últimos tiempos parece que está extendiéndose la idea de que la ficción debe ser placentera y agradable, y que los valores éticos y morales de los textos deben ir en consonancia con las convicciones actuales. No obstante, la literatura tiene que molestar para hacer pensar al lector. Tiene que resultar incómoda, tanto en su forma como en su fondo, para que quien esté ante ella se vea, en ocasiones, obligado a parar, levantar los ojos del libro y reflexionar acerca de lo que está leyendo.
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