“Barbijaputa ya sé dónde vives, y voy a ir a asesinarte destrozándote el vientre a cuchilladas, feminazi de mierda!”. Esta frase, que puede parecer excepcionalmente dura, la recibí el otro día en mi buzón al despertar mientras me bebía el café. Lo alarmante no es ya tanto que la recibiera sino, más bien, darme cuenta de que estoy tan habituada a mensajes así que seguí desayunando sin moverme lo más mínimo. Mucha gente, consciente de la gravedad de las amenazas, me aconseja denunciar, con lo que mis datos les llegarían a los acosadores.
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