En las cárceles hay muros que no se ven pero existen. Con uno de ellos se ha topado un funcionario del centro penitenciario Tenerife II, que dos años después de ser agredido por un preso peligroso que debía estar aislado, busca las razones por las que se cometió el error que le ha costado la incapacidad. Toca puertas y no encuentra respuesta. La última, la del Defensor del Pueblo, al que la Administración tampoco da una explicación. ¿Por qué tanto silencio?
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