La Policía franquista disparaba a matar. El resultado no fue otro que el asesinato de manifestantes y la impunidad de los agentes que cometieron tales crímenes. Los primeros nunca fueron reconocidos por el Estado. Los segundos jamás fueron juzgados ni separados de sus cargos, lo que les permitió seguir reprimiendo durante la transición con los mismos métodos y las mismas armas.
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