El director leyó cientos de libros, acumuló documentos, se asesoró. Le interesaba Napoleón, el hombre, el soldado, el emperador; su poder y caída. Pero no encontró nunca productor para su película. Durante años Stanley Kubrick guardó en su archivo ese material, como huellas de una pasión nunca olvidada. Diez años después de su muerte, todo sale a la luz.
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