Más que rabia, la sensación que muchos ciudadanos experimentaron el miércoles pasado, cuando Zapatero anunció su plan de ajuste, fue de impotencia. El mensaje desalentador que se trasladaba desde el Congreso de los Diputados era –simplificado en extremo– el siguiente: la democracia es un espejismo, los gobiernos que el pueblo elige tienen las manos atadas, los verdaderos gobernantes son un selecto olimpo de dioses que, bajo la denominación de “los mercados”, rigen a su capricho el destino de 6.000 millones de seres humanos.
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