2014 será el último año de la crisis. El propio término implica conflicto, ansia de recuperar un pasado perdido. Sin embargo, la España de hoy, un cruce entre Berlanga y paz de los muertos, ha pasado del dolor a la aceptación a toda prisa. Nos hemos saltado la ira. Una vez más. La crisis se muere de parto, y ya asoman los rasgos de la criatura: un escenario de estados-nación decadentes convertidos en policía de la escasez de una exigua élite global. Nuestro porvenir parece el delirio de un white trash norteamericano desde una emisora casera.
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