Protestamos, y con razón, con cada recorte que le dan a la menguante educación o con cada tijeretazo que recibe nuestro tan eficaz como mermado sistema sanitario. Sin embargo, no abrimos la boca cuando nos quitan la calle. Y, si nos paramos a pensarlo, ¿qué demonios nos queda si ni siquiera podemos irnos a la p--- calle? Hay muchas maneras de privatizar las aceras, los paseos o las plazas. Y casi todas son sigilosas. Se disfrazan de fiesta, de mejora, de comodidad y hasta de progreso...
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