La gran paradoja es que nos hallamos en una situación que pudiera calificarse de prerrevolucionaria pero sin un sujeto revolucionario definido, claro, consciente y dispuesto. La resignación y una apatía parecen dominar un escenario en el que las esporádicas manifestaciones son condenadas por la opinión publicada y, desde su silencio, por una mayoría sorda, muda y autista. Un panorama de extrema gravedad y de consecuencias inimaginables habida cuenta de que los ganadores no tienen en su mente la idea de pacto o acuerdo. Ellos se saben ganadores.
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