Hacia finales del siglo II d.C., cuando el Imperio Romano fue más conocido por las continuas luchas de poder entre clanes familiares que aspiraban a gobernar y el poco tiempo que duraban los diferentes emperadores que iban ocupando el trono, hizo acto de presencia una mujer totalmente desconocida para los ambientes romanos: Julia Domna, quien en cuestión de pocos años se convirtió en una de las más poderosas, influyentes y ambiciosas del imperio.
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