Estos sacrificios se realizaban sin control veterinario, administrando los productos eutanásicos en dosis por debajo de lo indicado en el prospecto, «de forma inexperta, por vía distinta a la intravenosa y sin sedación previa». De esa manera se sometía a los animales a una lenta y dolorosa agonía, totalmente injustificada y, según el juez, conocida por los investigados. Los sacrificios se realizaban sobre animales normalmente sanos, jóvenes (principalmente cachorros) algunos de ellos entregados en el centro tan solo días u horas antes.
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