Preclaros padres cristianos se han esforzado en argumentar que la mujer —un hombre fracasado, según también, Aristóteles— no merecía el honor de entrar al fondo del santuario, cualquiera que fuese, sino que debía conformarse con la intendencia, o sentada en las plateas, para hacer bulto. Modernamente, se pone otra razón —lo hace el papa Ratzinger, que pasa por teólogo excelso—. Es que Jesús, que para los cristianos es el Cristo, no eligió, él, para apóstol —del griego, enviado— a ninguna mujer, y así debe seguir siendo in saecula saeculorum.
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