Aunque hasta el último momento hicimos lo posible por seguir creyendo que éramos catalanes, en septiembre y octubre de 2017, cuando todo estalló, supimos sin posibilidad de duda que no lo éramos. Catalán, lo que se llama catalán, ya sólo lo era quien quería que Cataluña se separase de España; quien no lo quería, ya sea por apego sentimental a España o porque, como yo, es del todo incapaz de entender las virtudes de la separación y la considera una causa reaccionaria, injusta e insolidaria, no computaba como catalán.
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