A Salinger siempre le gustó pasear a solas y encerrarse a escribir. Alejarse del mundo resultaba un lugar acogedor. El escritor contó a la estudiante de 16 años que lo entrevistó en 1953 que su creatividad despertaba cuando estaba solo, aislado, lejos de las conversaciones innecesarias y los ruidos molestos. Eso le había hecho levantar un muro bien alto alrededor de su casa, pero cuando El guardián entre el centeno explotó de éxito, no había altura suficiente para ninguna valla: el escritor se escondió.
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