Cuando se visita Israel por primera vez, uno se pregunta por qué no lo hizo antes. Cuando se parte, la pregunta es cuánto tiempo se podrá soportar antes de regresar. Es que un viaje por Israel, que hoy mana leche y miel no sólo por mandato divino, sino, fundamentalmente, por la acción de sus habitantes, es una ininterrumpida cadena de emociones.
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