"Quieren tomarse una ducha aquí, duermen en la playa. Es un caos", explica Teresa, propietaria de un restaurante en la isla griega de Lesbos, donde el flujo récord de inmigrantes supone un desafío para el sector turístico que trata de mantener su clientela. En un hotel un sirio con un excelente inglés, pregunta si hay habitaciones disponibles, mostrando los papeles temporales que le dieron las autoridades de la isla. Le dicen que todo está lleno y el sirio se retira mirando hacia una llave que cuelga, inutilizada, detrás de la recepción.
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