Caminaba con mi hija por el supermercado, tranquilamente, cuando comenzaron los gritos. Insultos terribles de una madre hacia su hijo, algo más pequeño que la mía, tal vez unos siete años. Un niño que apenas susurró algo mirando al suelo como respuesta, no fui capaz de oírle, provocando que los gritos arreciaran. No estoy nada orgullosa de mi reacción. Me alejaba por el pasillo de los lácteos pensando que tendría que haber intervenido, que tendría que haber respirado hondo para decir a aquella mujer que ningún niño se merece esos insultos.
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