Hay límites éticos que jamás deberían superarse. Como hemos observado estos días con desazón, resulta indecente instrumentalizar a los muertos, hablar interesadamente en nombre de ellos o utilizar de manera oportunista el dolor de sus familiares. Tampoco son aceptables algunas sorprendentes exigencias sobre exhibicionismo mediático de cadáveres con la finalidad de obtener beneficios partidistas.
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