Ni el internamiento mortífero de cientos de miles de presos en campos de concentración, ni los fusilamientos en masa, ni las torturas generalizadas que se practicaban en cualquier institución del Estado, ni el exilio de miles de compatriotas, ni el robo de niños, ni la expropiación forzosa de los dineros y propiedades de los vencidos, nada, absolutamente nada, ninguno de los horrores mencionados indujeron jamás a la Iglesia católica española a denunciar ante el mundo la destrucción y la tremenda represión a la que fue sometido el pueblo.
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